Hay lugares donde la naturaleza derramó sus dones con generosidad. Metzabok (que significa “dios hacedor de truenos”) podría muy bien ser uno de los mejores ejemplos de ello: bosque, selva, fauna riquísima (algunas por desgracia en peligro de extinción: quetzal, hocofaisán, águila arpía y jaguar), aguas cristalinas, paisajes, cuevas, etc.

Al llegar a la laguna de Metzabok, encontramos algunos botes de remos y un cayuco. El cayuco es sumamente angosto y da la impresión de que puede voltearse en cualquier momento. Nos explican que los lacandones construyen esas embarcaciones de una sola pieza. Antes de echarlo al agua, lo abandonan en la orilla con un trozo de pescado atado en la proa y otro en la popa, para que el cocodrilo y la tortuga lo reconozcan como familia y lo lleven a conocer la laguna. Luego, dicen, los animales lo devuelven a donde estaba y entonces el cayuco está listo para que lo usen las personas.

Linda explicación, pero de todas formas respiramos aliviados cuando nos dicen que iremos en bote de remos. Alfredo, nuestro guía, nos conduce en el agua a través de árboles que forman un agradable techo sobre nosotros, hasta que desembocamos en la laguna. Es tan inmensa y clara que cielo y agua dan la impresión de fundirse. Las nubes de la mañana viajan veloces, arriba y debajo de nosotros, como en un espejo.

Pinturas rupestres y vistas increíbles 

Pronto llegamos a Tzibanah, una cueva con pinturas rupestres a la orilla del agua. Llaman nuestra atención una vasijas pequeñas y lo que parece ser un cráneo (no identificamos bien de qué) colocados en la entrada de la cueva. Nos explican que Tzibanah aún es usada en ciertos rituales.

Continuamos por la laguna hasta desembarcar frente a un sendero de 580 metros que nos conduce al Mirador. No debemos tocar árboles, nos dice Alfredo, pues algunos tienen espinas. Y vaya que sí. Pronto vemos espinas de casi 10 cm en algunos de ellos.

Al llegar a la cima, contemplamos la magnitud de Metzabok y el sistema de lagunas del que forma parte. Cielo, agua, selva y roca se funden en una vista como ya hubiera querido el paisajista José María Velasco, hoy popularizado en las cajitas de cerillos mexicanas. Algunos imaginamos que algo como esto que nos llena los ojos debió ser el mundo en el origen de la humanidad.

Cuando salimos del arrobamiento, nos damos cuenta de cuán acalorados nos sentimos. Mientras bebemos de nuestras cantimploras, tengo pensamientos extraños. Culpa del calor, quiero suponer. Ejemplo: quién diablos les dijo a los publicistas de tv que la gente sudada se siente sexy. ¡La gente sudada siente calor nomás!

Mientras caminamos de vuelta al bote, vemos algunos cuerpos de agua que surgen aquí y allá en la espesura de la selva. Y nos vamos soñando en chapuzones (un sueño que más tarde cumpliremos) y en las vidas posibles que estos paisajes seguramente cobijaron en el principio de los tiempos.

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Enrique Valenzuela Martínez  Tel. 01 555 150 49 32,   (045)  916 102 48 42, 993 596 17 12

CÓMO LLEGAR

Partiendo de Nahá, se toma la desviación a Metzabok. Son 25 km

COSTOS

Paseo guiado y traslado desde el Centro Ecoturístico Nahá $ 750 m.n. (1-4 pax.)

CONSEJOS

Llevar bloqueador solar, agua y sombrero. Viajar en vehÌculo propio ya que únicamente se cuenta con transporte público.

OTROS SERVICIOS Renta de kayak

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